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ISSN 1989-4163

NUMERO 104 - VERANO 2019

 

El Misterio de la Monja que Tenía los Dientes Azules

Carmelo Arribas

Los arqueólogos que estaban excavando un convento de monjas, en Dalheim (Alemania), se llevaron una sorpresa. El edificio que se cree fue  construido en el S.X , había sido fue destruido por el fuego, por causa de las guerras, en el S.XIV. Pero en el pequeño cementerio que se encontraba al lado del convento, se halló el cadáver de una monja, que podría tener entre 45 a 60 años, que nos muestra un dato que rompe , una vez más con todas las ideas negativas que se han ido  acumulando sobre el Medioevo, ya que la vida de la mujer era al menos un par de años o tres superior a la del hombre, unos 53, años de ella, frente a los 50 de él, a pesar de las guerras que producían un gran mortandad masculina y los partos en la población femenina, podría parecernos una esperanza de vida muy baja, comparada con la actual, pero sin embargo esta esperanza de vida, era superior a la que posteriormente se tendría, hasta bien entrado el siglo XVIII. Pero la curiosidad del hallazgo y lo que les llamó la atención, fue que tenía en la placa dental gran cantidad de manchas de color azul. Esta monja que podría haber muerto entre el año 1000 al 1200. tenía en los dientes unos pequeños trocitos de piedra llamada lapislázuli.

Esta piedra era más valiosa en aquellos tiempos, que el oro, y era traída desde Afganistán en caravanas y convertida además de joyas, sobre todo, en pigmento. Color que siguieron utilizando, los pintores hasta fechas recientes, como se puede contemplar, tanto en el azul de los cielos de los cuadros de Tiziano, como en el pañuelo que cubre la cabeza de la "Chica de la Perla" de Vermer. No fue por lo tanto muy difícil, responder a los posibles interrogantes que surgían del origen posible de esas manchas azules en los dientes de la anónima monja. Era un pigmento muy apreciado por los pintores, que se extraía de dicha piedra, y seguramente la monja tenía la costumbre de llevarse el pincel a los labios, puede que para humedecerlo, o por costumbre. Pero esto, nos muestra a una mujer que "iluminaba" manuscritos lujosos, posiblemente de encargo, ya que el oro la plata y el lapislázuli eran los elementos más costosos y se reservaban para estos libros, que acabarían en manos de altos jerarcas de la Iglesia, de reyes o de nobles. Y si era evidente, que estos encargos no se ponían en manos de cualquiera, sino sólo en las de aquellos que tenían una determinada fama de habilidades excepcionales. ¿Por qué apenas conocemos algún nombre de estos iluminadores? Por dos motivos, por humildad, ya que el firmar sus trabajos podía ser considerado un acto de soberbia . Y recuérdese, que esta se encuentra dentro de los siete pecados capitales, y que el caer en uno de ellos, era un pecado mortal, y estos conllevaban la condenación eterna, si no eran perdonados en confesión.

Pero en muchos casos era todavía mas importante que este anonimato, el componente de ser mujer, ya que a pesar de que el convento era un oasis en una sociedad que la invisibilizaba , un convento no dejaba de formar parte de esa sociedad. De ahí que algunos estudiosos hayan tenido la duda, de que si estos talleres en los que se realizaban los manuscritos, eran sólo masculinos, con algunas excepciones. El descubrimiento de este detalle, de la utilización de este pigmento azul en la boca de esta mujer, nos indica no sólo que las monjas y las mujeres podían ser cultas y copiar manuscritos, sino que las había de tal habilidad y fama, que utilizaban el lapislázuli, aunque su nombre no nos haya llegado.

Quizás sorprenda, que en la época del califa cordobés Alhakén II, en el S. X, fuera una mujer, Fátima, la que además de copista se convirtiera en la jefa de la Biblioteca , visitando ciudades como Bagdad, Constantinopla y el Cairo  comprando, y hasta posiblemente copiando o haciendo copiar diversos libros de sus bibliotecas para traerlos a Córdoba. Pero quizás mas que esta labor, su gran aportación, fue la creación de un catálogo que recogía todos los libros de la Biblioteca con una reseña breve de su contenido. No era de extrañar que por su competencia, fuera nombrada supervisora de las 70 bibliotecas que fundó Alhakén II.

Esto nos da una visión distinta de la imagen de la mujer en el S, X, tan llena de olvidos. Por desgracia, no sería siempre así en la España musulmana, respecto a la cultura y la situación de la mujer, empeorando hasta la idea que ya conocemos.

El gran poeta cordobés del S.X Ibn Hanz, nos cuenta que recibió su educación de manos de mujeres en el Palacio de su padre, que le enseñaron El Corán, ortografía, y poesía. Lo que muestra una gran cultura en ellas.

Aunque las cosas no seguirían siendo igual, y en Sevilla quemarían sus libros, mostrando en un poema la sensación que esto le produjo.

"Dejad de prender fuego a pergaminos y papeles,
y mostrad vuestra ciencia para que se vea quien es el que sabe.
Y es que aunque queméis el papel
nunca quemaréis lo que contiene,
puesto que en mi interior lo llevo,"

Hubo otras monjas que sí firmaron y hasta se autorretrataron en los manuscritos, como Guda, del s. XII.

En España, la más conocida iluminadora de manuscritos fue Ende. Que afirma, como hace Guda, su condición de pintrix, (pintora).

ende pintrix et d(e)i aiutrix fr(a)ter emeterius et pr(e)s(bite)r (Ende, pintora y ayudante de Dios; Emeterio, hermano y sacerdote

Esto nos muestra un nuevo aspecto de la situación de la mujer, en el Medioevo, porque el compartir un estudio o trabajo con un varón, rompe esa imagen segregacionista, de la casi incompatibilidad a la hora de colaborar en un trabajo, conjuntamente con un hombre, como en el del Beato de Gerona,( 6 de julio de 975) que firman ambos. El estilo, en el que desarrolla las visiones de S. Juan en el libro del Apocalipsis, es mozárabe,  uniendo elementos de arte islámico con elementos geométricos, colores vivos y figuras estilizadas, con la grafía visigoda. Lo que nos muestra una permeabilidad de la cultura entre las dos Españas, la cristiana y la musulmana.

Pero, hay dos aspectos que han de tenerse en cuenta en esa frase, "ende pintrix et d(e)i aiutrix fr(a)ter emeterius et pr(e)s(bite)r".

El que ponga "pintrix" pintora, y el que su nombre apareciera en primer lugar, no era por una deferencia hacia la mujer, sino porque siempre se citaban los nombres en orden descendente en cuanto a importancia y prestigio. Lo que indica su relevancia.

Parece mentira que unas simples manchas de pintura en unos dientes puedan haber dibujado una visión distinta de la mujer medieval, "iluminando" un período, que todo el mundo se ha empeñado en definir como oscuro.

 

 

 

 


 

 

Monja

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